Si Diógenes viviera…
Por El Diógenes
¡Ay, López Obrador! Viniste cual Mesías populista, invocando una cruzada contra la corrupción, pero, ¡oh, paradoja suprema!, la corrupción floreció bajo tu égida como un manto oscuro que se extiende bajo tu sombra. Juraste erradicar la violencia, pero tus manos, ineficaces e indolentes, permitieron que las calles se empaparan de sangre a niveles jamás vistos, cual río desbordado que no encuentra cauce.
Prometiste con verbo encendido que el ejército regresaría a los cuarteles, pero, lejos de cumplir, los convertiste en los nuevos regentes de tus caprichos, administradores de un país que, en su desesperanza, se militarizó bajo.
Tu retórica de austeridad, aquella que resonaba en los oídos de un pueblo esperanzado, resultó ser tan hueca y vacía como las promesas de bienestar que, como hojas secas, fueron arrastradas por el viento de la realidad.
¿Y qué fue de la salud? Ah, sí, nos dijiste que sería como Dinamarca, una utopía sanitaria, pero en su lugar, la muerte reclamó a millas de tus ciudadanos antes de que la vida pudiera asomar siquiera.
Te jactas de tu honestidad, pero quienes te rodean han engrosado sus arcas en un festín de influencias y privilegios, mientras divide al pueblo que juraste unificar.
Eres como esos charlatanes que, con pócimas milagrosas, solo aceleran la agonía del enfermo. Tus actos son un espectáculo de doble moral, dignos de un maestro de la prestidigitación política.
Prometiste un crecimiento económico que nunca llegó y una prosperidad que jamás tocó las puertas de la mayoría. Prometiste eliminar el fuero presidencial, ser un hombre entre hombres, y sin embargo, el escudo que tanto denostabas permanece intacto, cobijándote de las consecuencias de tus propias omisiones.
¿Y qué fue de la verdad sobre los 43 de Ayotzinapa? Seguimos en la penumbra, sumidos en más dudas que respuestas, mientras los días transcurren en silencio sepulcral.
Dijiste que la deuda no crecería, que seríamos libres de esa atadura financiera, pero la realidad fue otra, como las promesas incumplidas que caen de tus labios como frutos podridos de un árbol marchito. Ah, pero no olvidemos tus obras: Tren Maya, Dos Bocas, proyectos faraónicos que, como todo lo monumental, fueron construidos sobre los cimientos de la corrupción y el sobreprecio.
¿Y para qué? Para un país dividido, donde las cicatrices sociales son más profundas que las vías que trazaste.
Te erigiste como el incorruptible juez de la moral, pero tus enemigos de antaño se convirtieron en tus aliados más cercanos una vez bajo tu estandarte. ¡Qué fácil resulta predicar desde un púlpito que se desmorona con el peso de la hipocresía!
El mandato ha concluido, y aquí estamos, esperando que realmente te hayas retirado, que no seas la mano negra que, desde las sombras, continúe moviendo los hilos del destino nacional.
Nos dijiste que no serías títere de nadie, pero la historia nos ha enseñado que los hilos invisibles de quienes se aferran al poder suelen ser más difíciles de cortar que las palabras que prometen retirarse a la calma.
Hoy nos queda la duda amarga de si tu sombra seguirá alargándose, o si, por fin, nos veremos libres de la farsa que dejaste tras de ti.
Yo, Diógenes, que busqué en ti al hombre honesto, te encontré como otro más que juega con las vidas ajenas para alimentar su vanidad. Viniste como un héroe prometido, pero te ha revelado como un mortal más, devorado por tus propios demonios.
¿Crees que serás recordado por tus promesas? No, serás recordado por tus fracasos, por las ruinas que dejaste a tu paso.
Y con la misma irreverencia con la que siempre traté a los poderosos, me alejo, despojándome de tus palabras huecas, volviendo a la sencillez de mi existencia, dejándote frente al eco perpetuo de tus contradicciones.