Por Ulises Rodríguez
Por casualidades del destino, la tarde del miércoles 12 de diciembre de 2018, estuve presente en el edificio sede del Poder Legislativo de Nayarit cuando los diputados de la Trigésima Segunda Legislatura estaban a punto de elegir al nuevo titular de la Comisión Estatal de Derechos Humanos.
Cinco años después, tuve la fortuna de estar nuevamente en el Congreso el pasado martes, cuando Maximino Muñoz rindió su quinto y último informe al frente de la institución que le ofreció la oportunidad de hacer historia, una oportunidad que lamentablemente desaprovechó de manera absurda.
En esa ocasión, presencié su llegada al Congreso, vestido con traje tradicional wixárica, visiblemente apresurado porque, según pude escuchar, “se vino corriendo en cuanto lo llamaron”, según le comentaba a un asesor del diputado vecino de mi lugar de trabajo.
Inicialmente, su elección me alegró. Aunque sabíamos que su designación obedecía a una instrucción del entonces gobernador Antonio Echevarría García a la bancada del PAN y sus aliados del PRD y PT, para ceder ese espacio a Maximino Muñoz por sus servicios en la campaña electoral de 2017 y en la campaña de 2011 de su madre, la señora Martha Elena García.
A pesar de estos antecedentes, tenía la esperanza de que su origen y su historia desempeñaran un papel crucial en su desempeño. Sin embargo, Maximino Muñoz de la Cruz, orgulloso de su origen humilde y perteneciente a un grupo étnico tradicionalmente discriminado, parece haber traicionado su propia historia.
Hoy, se va sin dejar huella. Su firme defensa de los trabajadores, de los familiares de víctimas de desaparición forzada, y de quienes fueron torturados por la fiscalía durante los últimos años, parece haber pasado desapercibida.
Nadie recordará eso, pero sí se recordará el sueldo de más de 120 mil pesos que recibió durante cinco años por ocupar un cargo que, afortunadamente, está a punto de dejar. La oficina que alguna vez perteneció a la Lic. Luz María Parra Cabeza de Vaca le quedó demasiado grande.
El martes pasado, al rendir su informe, su mensaje fue breve. Se proyectó un video con el resumen de su trabajo ante los diputados y asistentes. Sin embargo, nadie prestó atención; la apatía era evidente.
Al bajar de la tribuna, no hubo aplausos ni discursos. Los legisladores simplemente querían que abandonara el recinto legislativo y, quizás, el espacio que ocupó durante un quinquenio, donde desperdició la valiosa oportunidad de hacer historia y ayudar a los sectores más vulnerables.
Por primera vez, esta legislatura reflejó auténticamente el sentir de los ciudadanos.