Por Ulises Rodríguez
A Hugo Cervantes lo conozco desde hace años. Somos amigos de esos que no se ven seguido, pero cuando nos vemos, lo hacemos con gusto. Los últimos dos años fuimos compañeros en el Congreso del Estado en diferentes áreas y no pasamos más allá del saludo ocasional en los pasillos. No pudimos convivir mucho.
La semana pasada lo topé en las escaleras, estaba relajado y conversamos mientras bajamos juntos al primer piso. Después de eso, nos despedimos deseándonos suerte en un par de concursos a los que enviamos nuestros trabajos.
Mi sorpresa, al regresar al edificio del Congreso, fue enterarme de que unos minutos antes de la plática con Hugo, éste había salvado la vida de un hombre que intentó suicidarse lanzándose del segundo piso.
Compañeras de trabajo me platicaron, que pese a que todo fue muy rápido, llamó la atención que un hombre se acercó a uno de los ventiladores industriales ubicados en los pasillos —y que por lo regular solamente se echan a andar cuando hay algún evento en el patio central—, mientras lloraba y balbuceaba frases a las que nadie le puso atención.
Repentinamente, el hombre tomó el largo cordón del enchufe del ventilador y lo amarró a su cuello con el ánimo de lanzar el aparato al vacío, con el fin de que el peso del mismo lo arrastrara hacia una muerte segura.
El único que prestó atención fue mi amigo, Hugo. Quien merodeaba al otro extremo del pasillo — y según lo contó él mismo a algunos compañeros— le alarmó el hecho de que el señor en cuestión se estuviera atando el cuello con el cable.
Lo que siguió fue de película: Hugo se lanzó sobre el desdichado sujeto y lo abrazó con su cuerpo, quedando ambos en el suelo en espera de ayuda.
—¡Nadie me escucha! ¡Nadie me atiende!— dicen que gritaba el hombre mientras se retorcía intentando librarse de los brazos de quien también es uno de los mejores fotoperiodistas de Nayarit.
Llegó la ayuda y pudieron controlar la situación. Tengo entendido que la policía desalojó al señor, aunque, personalmente creo que debieron darle otro tipo de atención, ir a fondo, algo más integral, más humano.
Pero no es la primera vez que Hugo Cervantes salva una vida. En febrero del 2020, mientras esperaba la oportunidad para cruzar la avenida México, frente a catedral, advirtió el malestar de un hombre que se encontraba a algunos metros de él y como pudo, hizo señas a un camión de transporte urbano, que finalmente detuvo su marcha, porque de lo contrario, seguramente hubiera acabado con la vida del señor, quien minutos más tarde recibió ayuda médica.
Después de que me platicaron lo del señor que intentó suicidarse, entendí que Hugo no solo es un extraordinario fotógrafo, por su sentido de oportunidad, si no porque es consciente de todo lo que lo rodea, y ese mismo instinto le ha servido para que salve la vida de otras personas.
No pude felicitar a Hugo Cervantes ese día, porque él no mencionó lo que acababa de hacer. Tampoco mencionó que tenía media hora de haber sido despedido como fotógrafo del Congreso, por el único delito de haber estado asignado a la diputada Alba Cristal Espinoza, defenestrada recientemente como presidenta del Congreso, como si el fotógrafo fuera responsable de algo más que de disparar su cámara.
En el caso de Hugo Cervantes, quien ha ganado cinco veces el premio estatal de periodismo en la categoría de fotografía, quizá esto último sea verdad: también es responsable de salvar dos vidas y tendrá qué vivir él mismo con eso en su conciencia.