Por Karina Cancino
“El cine me eligió”, dice Anahí Estudillo, cofundadora de NayarLab, convencida de que su oficio no fue planeado, sino encontrado y por ello se ha convertido en entrañable.
En la casona de Lerdo 95, en pleno centro de Tepic, las luces se apagan y la pantalla se enciende cotidianamente, pero ahora para celebrar una fiesta de luz y movimiento.
La calle emblemática, donde conviven varios recintos culturales, sirve como marco al proyecto que ha sobrevivido siete años con consigna de hacer comunidad a través del cine.
Durante todo el mes de octubre, el espacio celebra su séptimo aniversario con una cartelera especial que incluye películas como La historia negra del cine mexicano, Sujo, Mácula, Chicharras, La cocina y Formas de atravesar un territorio.
También habrá funciones de directoras jóvenes, así como una muestra de cortometrajes para clausurar la fiesta.
NayarLab tendrá el preestreno “Frankenstein”, la nueva película dirigida por el mexicano Guillermo del Toro y será una proyección simbólica para el equipo, que considera a del Toro un referente de lo que significa hacer cine desde la imaginación y la resistencia.
La programación no es casual y responde a una intención curatorial clara, donde el cine mexicano y sobre todo, las miradas de mujeres, ocupan un lugar central.
“Este año queremos mostrar un cine hecho por mujeres. Son voces potentes que hablan de sus comunidades y de sus propias experiencias”, explica Anahí.
Para ella, no solo es proyectar películas, sino proponer una manera de mirar.
El cine sensibiliza y permite hablar de cualquier tema. En tiempos tan oscuros, una película puede abrir un momento de esperanza, aunque solo dure hora y media.”
El inicio: una necesidad y una intuición
La historia de NayarLab se remonta a las plazas públicas de Tepic; antes de ocupar la casona del centro, sus fundadores realizaron más de cien proyecciones al aire libre.
Sergio Ibrahim Bañuelos, también cofundador, recuerda que todo comenzó con una inquietud personal sobre qué hacer con su primer cortometraje documental.
“Me di cuenta de que en Tepic nadie estaba haciendo esto, mucho menos enfocado en cine nacional. Si no existía, había que crearlo”, cuenta.
Fue entonces cuando conoció a Anahí, recién llegada de Ciudad de México y ambos coincidieron en que la capital nayarita carecía de una agenda cultural estable y que el cine podía convertirse en una herramienta de encuentro.
“Creemos firmemente que el arte transforma conciencias y apostamos a eso directamente, a crear una agenda cultural que sirviera como detonante social”, dice Sergio.
Las primeras proyecciones hablaban de los problemas más urgentes del estado, la violencia, el despojo del territorio, la crisis ambiental.
La experiencia de llevar documentales a colonias y espacios públicos les mostró dos cosas: que había interés en la gente y que necesitaban un lugar fijo para sostener el proyecto.
De la calle a la sala
La oportunidad llegó casi por azar y la casona antigua se convirtió en sede del proyecto, aunque sin recursos suficientes para acondicionar una sala y recurrieron a lo que ya tenían, un proyector de calle, equipo prestado y, más tarde, butacas rescatadas del último cine que cerró en el centro histórico de Tepic.
“Cuando abrimos, éramos solo Anahí y yo. Cobrábamos el boleto, corríamos a poner la película y volvíamos a atender la entrada, era hasta gracioso”, recuerda Sergio.
Con el tiempo, más colaboradores se fueron sumando y el espacio creció hasta consolidar la comunidad que son hoy, promoviendo las miradas y la conciencia.
NayarLab funciona como cine y laboratorio cultural; además de proyecciones, hay talleres, conversatorios, presentaciones de cineastas y hasta funciones con proyección análoga en 16 mm, como será en los próximos días para el aniversario.
“No se trata solo de darle play, hay un ejercicio intelectual y creativo detrás, pensamos cada función como una experiencia completa”, dice Anahí.
Aunque no lo asegura con etiquetas, el hecho de que una mujer joven encabece el proyecto ha marcado la identidad de NayarLab y para Anahí, ha sido un reto hacerse reconocer como profesional en un campo dominado por hombres.
Muchas veces piensan que solo es poner un proyector, pero hay un trabajo de gestión y de curaduría muy fuerte detrás, lo difícil ha sido que lo valoricen”.
Sin embargo, su formación en antropología le ha permitido dar al proyecto un sentido comunitario.
NayarLab, dice, no es solo un cine, es un lugar de encuentro en una ciudad que pocas veces apuesta por el arte.
“Aquí hemos construido una trinchera para contar nuestras historias y revivir la memoria colectiva.”
El cine como herramienta política
Para los fundadores de NayarLab, el cine no solo es arte o entretenimiento, sino también una herramienta política. “Todo lo que vemos es político, porque moldea lo que pensamos y cómo actuamos frente a los demás”, insiste Anahí.
Esa convicción ha acompañado al proyecto desde sus inicios, las películas que se proyectan buscan abrir conversaciones sobre memoria, territorio, identidad y justicia social, asegura Sergio.
Creemos que el arte transforma conciencias. Cuando alguien se ve reflejado en una historia o se cuestiona lo que antes no miraba, ahí empieza el cambio.”
Siete años después
El cine de “la Lerdo” ha logrado lo que parecía improbable, sostener una cartelera permanente durante siete años en una ciudad sin tradición de cine alternativo, cada fin de semana, sin pausa, ha mantenido funciones abierta y esa constancia ha formado públicos, aunque aún es un reto, sobre todo por la competencia del cine comercial.
“Muchas veces cuesta trabajo llenar la sala, incluso cuando trajimos a Nicolás Echeverría, uno de los documentalistas más importantes del país, apenas lo logramos y eso nos dice mucho del contexto cultural en Tepic”, reconoce Sergio, quien menciona que las instituciones encargadas de la cultura en lo local han volcado ese trabajo a quienes lo hacen de modo independiente.
La meta ahora es profesionalizar la sala con nueva tecnología que les permita acceder a estrenos más recientes; sin embargo, lo fundamental no ha cambiado, la convicción de que el cine mexicano y local merece su espacio.
Una pantalla encendida en el centro
En el centro histórico de Tepic, entre comercios y tráfico, NayarLab sigue encendiendo su pantalla y se ha convertido en refugio de quienes encuentran una butaca cómoda, una película distinta y la posibilidad de conversar después de los créditos.
“El cine es antropológico porque habla de nosotros mismos, es ideológico porque moldea lo que pensamos y cómo vivimos, por eso es tan importante decidir qué vemos y dónde lo vemos”, dice Anahí, pero ese “dónde” ya lleva siete años y se llama NayarLab.