Por Karina Cancino
Los casos no deben cubrirse desde los sentimientos de las personas agraviadas porque eso subjetiviza las acciones que están llevando a cabo. Los sentimientos pueden sensibilizar pero no debe ser lo central. Debe atenderse desde una perspectiva en los derechos humanos, en lugar de permitir que se reduzca a un intercambio de acusación entre oficialismo y oposición.
Aunque es difícil evitar que un caso como el de Teuchitlán sea usado con miras partidistas y finalmente electorales, debemos cuestionar lo estructural. Las y los tomadores de decisiones deberían hacerlo, pero sabemos cómo va su línea y no van a reconocer jamás que hasta el momento ninguna de las políticas públicas han estado encaminadas a resolver el problema de la desaparición y mucho menos a prevenirlo.
Hasta el momento la articulación financiera de los grupos criminales identificados sigue intacta, por ejemplo. ¿Será parte de la narcopolítica?
En lugar de centrarse en qué partido es responsable, la narrativa de las coberturas debería ser sobre la falta de políticas públicas para prevenir la desaparición y el reclutamiento forzado.
Darles prioridad a las emociones sobre el entramado legal es lo que ha permitido que las autoridades apelen a ellos en su discurso y que ‘logren’ colocar entre sus seguidores, que no gobernados, etiquetas y estigmas que usan para desacreditar a las víctimas y sus familias sin reconocer una falla estructural que involucra al Estado en su incapacidad para proveer seguridad y oportunidades.
Ayer leí y escuché a algunas y algunos periodistas hablar acerca de lo doloroso y las lágrimas y los gritos y la tristeza en Teuchitlán… elaborando imágenes de las personas buscadoras como si replicaran alguna de las Piedades. Para fortuna, apareció la periodista María Idalia Gómez, quien recordó que debimos de haber aprendido todo de Ayotzinapa. Claro que hay dolor entre las familias desde el momento en que no saben del paradero de una a uno de sus integrantes. Es innegable y es indignante. A partir de eso, nuestras agendas tendrían que ir sobre lo legal y lo técnico, no hacer comparsa del Estado acompañando caravanas que únicamente iban a documentar el sentimentalismo y el guión del problema de la desaparición que han generado los mismos medios de comunicación en redes sociales y los influencers, que por la dinámica económica de los likes, ponderan la emocionalidad antes que el periodismo.
Lo que hay son los hechos: personas desaparecidas, indicios de reclutamiento forzado, privación ilegal de la libertad, narcotráfico, y otros. Así como dijo María Idalia: se tienen que investigar todos y cada uno de los que pudieran configurarse en ese lugar. E investigarse a las autoridades que omitieron su responsabilidad.
Personalmente soy de las que no creen que la intervención de la ONU y otras organizaciones puedan resolverlo todo aunque lo señalamientos obligan a los Estados miembros a actuar de alguna manera, pero como coloquialmente se dice, son llamados a misa.
Creería que los mecanismos de denuncia, los colectivos, las redes observadoras, la academia y el periodismo de investigación podrían seguir ayudando si se hace de modo sostenido… que se ha venido haciendo, pero no todo mundo tiene un financiamiento amplio. De eso luego hablamos, pero hay que insistir en mostrar la corrupción, las complicidades y la inacción del Estado sin caer en la victimización pasiva o en la manipulación política del problema.
Lo difícil es mantener la presión sin que la narrativa se diluya en el discurso oficialista o en la propaganda opositora, que de esas, sí sobran y con mucho dinero.
Y este tipo de propagandas es lo que ha llevado a generar en las redes sociales, comentarios como: “si era un lugar de criminales porque habían cepillos?, ¿para qué guardaban ropa?, ¿para qué querían cuadernos?, y otras relacionadas que dan cuenta de la falta de criterio de las personas opinadoras, que no siempre argumentadas, forzadamente quiere decir que no iban por su voluntad entonces no llevaban ropa para varios días y tenían que cambiarse la ropa entre ellos, según los testimonios de quienes dicen haber estado allí, había personas que eran asesinadas o morían por los entrenamientos que recibían. Se presumen campos de entrenamientos que sirven para que los grupos criminales aumenten su plantilla, no era una guardería ni un centro de diversiones.
Nuestra agenda tendría que estar hablando de la desaparición como parte de una política de Estado, del partido que sea y la sumisión política que sea; de la exclusión y la desigualdad, de reclutamiento no solo en las calles sino desde las cárceles, del impacto económico, de los cambios legislativos y las trampas burocráticos… en fin, yo aquí solo soy una humilde obrera de la información.