Un país en duelo. #Opinión

Mirtha Luz Pérez Robledo

“Se me fue separando la esperanza… separando” Efrén HERNÁNDEZ

Las exigencias de la sociedad actual sobre los individuos que la conforman, están orientadas a la competición cognitiva y a un sistema de valores que condicionan la conducta a seguir en un contexto del deber ser. Así se le exige a las personas, conducirse de cierta manera, de lucir su físico, ser y hacer. No queda exenta de este sistema la exigencia a los hombres y mujeres de ser felices. En este deber ser, en este sistema de valores, se le da importancia al bienestar, pero no como un derecho fundamental de una vida digna y saludable bajo los fundamentos de inclusión e igualdad, sino como un mero concepto de moda, sujeto a medición y a estadística o a programa social.

El bienestar socio afectivo de los individuos, es responsabilidad de la sociedad y del Estado que, debe crear los mecanismos necesarios para impulsar una cultura de protección y estímulo, para conseguir dicho bienestar. Si para conseguir el bienestar es menester proporcionar a la población una vida libre de violencia, garantizar la salud, adaptar y ayudar a las personas a conseguir la inclusión plena y satisfactoria en la comunidad a través del correcto manejo de emociones y sentimientos, las preguntas que se asoman a esta reflexión, son:
¿De qué manera el Estado está ayudando a esta adaptación para una vida digna, a las personas en cuya familia tienen a un ser querido desaparecido ?
¿De qué manera el Estado está ayudando a la adaptación de estas familias cuyo ser querido ha sido asesinado?
El Estado, está basado en la lógica de la ley del deber ser, ciego a la desigualdad y la singularidad de las formas de vida, y una sociedad que lo emula.
¿De qué manera un país puede avanzar social y económicamente; emocionalmente, cuando tiene más de 70 mil desaparecidos, con una cifra más o menos de asesinados y casi 200 mil fallecidos por una pandemia mal atendida?
El mercado, en su lógica de la maximización de la ganancia y el beneficio lo sitúa siempre por encima del cuidado de la vida.
¿De qué manera se vive un duelo en un país con tales cifras de violencia e indiferencia?
¿Puede un país seguir adelante si no les es posible a las familias vivir su duelo?
¿Puede un país en duelo seguir adelante y decir que es un país feliz, según lo han dicho las mediciones de organismos que miden la felicidad? ¿Cómo se mide la felicidad de un país en duelo? ¿Cómo se le pide las madres cuyos hijos e hijas han sido asesinados, ser felices y seguir con sus vidas?
¿Cómo se atreven los que se atreven a decir que vamos superando lo insuperable ?
¿Cómo suprimir la tristeza, el coraje, la rabia, la vergüenza, y la culpa para pretender que todo está bien en un país donde impera la impunidad ?

Pretender que todo está bien sin haber atendido el duelo de un país, puede provocar que nos insensibilicemos como sociedad y que perdamos el entusiasmo por la vida y por el bien. Reprimir las emociones de una sociedad, exigiéndole que acepte que es un país feliz, reprimir el enojo y la rabia de un país en duelo podría provocar resentimiento y odio. Si no sanamos las experiencias dolorosas, nos convertimos en víctimas eternamente.

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